Hace ya un par de semanas que se celebraron los juegos paralímpicos de invierno. No es que sea seguidora de este tipo de eventos deportivos, pero como siempre que es necesario recibir un mensaje importante, la vida usa sus recursos para que se reciba puntualmente.
El caso es que estaba viendo las pruebas de slalom para deficientes visuales, donde los participantes bajan una pendiente cubierta de nieve subidos en unos esquís, que se deslizan que da gusto. Se dejan orientar por unos guías videntes (que no son los que tienen dos dientes…sino que ven, vamos…)que esquían delante de ellos señalándoles el circuito mediante indicaciones verbales, a grito pelao...para que nos entendamos.
Considero que mantener el equilibrio sobre dos tacones, ya es por sí misma una actividad de alto riesgo, así que no mencionaré alguna que otra funesta incursión en el mundo de los patines (¡de 4 ruedas!).
No es necesario mencionar el afán de superación y el poder mental y físico que hay que desarrollar para competir con una deficiencia visual, pero lo que realmente me llamó la atención es el ejercicio de confianza que hay que realizar para lanzarse colina abajo contando casi exclusivamente con la guía del compañero que va delante indicando el camino a seguir, sorteando las banderitas del slalom y frenando en el lugar adecuado.
En mi caso (mi ombligo al escenario de nuevo) tendría poner en marcha un esfuerzo titánico para confiar de esa manera en alguien, completamente segura de que no me va a dejar que me lance por un precipicio o estamparme contra un árbol.
Me resulta una buena imagen para empezar a confiar en mí misma, y es entonces cuando podría confiar en mi hermano, en la humanidad, en el universo…en la VIDA.
Y a partir de aquí conseguiría comprender muchas cosas.
El caso es que estaba viendo las pruebas de slalom para deficientes visuales, donde los participantes bajan una pendiente cubierta de nieve subidos en unos esquís, que se deslizan que da gusto. Se dejan orientar por unos guías videntes (que no son los que tienen dos dientes…sino que ven, vamos…)que esquían delante de ellos señalándoles el circuito mediante indicaciones verbales, a grito pelao...para que nos entendamos.
Considero que mantener el equilibrio sobre dos tacones, ya es por sí misma una actividad de alto riesgo, así que no mencionaré alguna que otra funesta incursión en el mundo de los patines (¡de 4 ruedas!).
No es necesario mencionar el afán de superación y el poder mental y físico que hay que desarrollar para competir con una deficiencia visual, pero lo que realmente me llamó la atención es el ejercicio de confianza que hay que realizar para lanzarse colina abajo contando casi exclusivamente con la guía del compañero que va delante indicando el camino a seguir, sorteando las banderitas del slalom y frenando en el lugar adecuado.
En mi caso (mi ombligo al escenario de nuevo) tendría poner en marcha un esfuerzo titánico para confiar de esa manera en alguien, completamente segura de que no me va a dejar que me lance por un precipicio o estamparme contra un árbol.
Me resulta una buena imagen para empezar a confiar en mí misma, y es entonces cuando podría confiar en mi hermano, en la humanidad, en el universo…en la VIDA.
Y a partir de aquí conseguiría comprender muchas cosas.