Se demoró tecleando la última letra de aquella palabra sabiendo
que acababa de abrir todas las puertas, y ventanas al soplo fresco del viento
del este. Lo hizo como quien ejecuta un ritual, con parsimonia, respirando cada
leve movimiento, cada sensación, cada
evocación. Una humilde letra que por sí sola no tenía sentido ni significado, y
sin embargo unida a esa otra que la precedía se cargaba de fuerza, de alma, de impulso.
Su vida cambió inexorablemente con el último gesto de pulsar
la tecla de envío de la palabra SI,
iniciando con este paso un maravilloso
acto de creación.