CONJURO PARA ANDAR DE ESPALDAS A UNO MISMO
Siempre creí que avanzar se lograba
poniendo un pie delante de otro y luego volviendo a empezar,
pero, no sé por qué, siguiendo este procedimiento,
siempre acababa más lejos del punto al que me dirigía.
Avanzar hacia un hombre en línea recta
era la forma más segura de perderlo de vista;
correr hacia un objeto delicioso bastaba
para abrir un abismo proporcional a su atractivo.
Si quería tocar la nieve en la montaña
e iniciaba el ascenso con la vista en las cumbres,
me hallaba descendiendo un valle tibio y fértil
con tímidos arroyos de glaciares.
Y si me sumergía pensando atravesar
a nado cualquier río, desembocaba, inevitablemente,
en el lugar exacto de donde había partido.
Fue doloroso comprobar cuánto de cierto había
en las palabras del sabio Zenón,
éstas no eran para mí ninguna paradoja
sino una evidencia que debía asumir:
nunca saldría disparada
la flecha que apuntaba al blanco;
yo nunca lograría llegar de esta manera
donde ponía el ojo o el deseo.
Tampoco lo logré siguiendo
los consejos de un célebre filósofo versado en matemáticas:
ni describiendo una elíptica breve,
ni caminando en zig-zags o en círculo
dejaban de escaparse las cosas que anhelaba,
vaciarse los lugares y los escaparates
o borrarse del mapa de mi mano
los posibles amantes o destinos.
Debí desesperarme. Debí perder las esperanzas.
Y supe que era bueno.
Probé a mirar de soslayo las cosas y a los seres que amaba,
a asomarme a su mundo sin ninguna intención.
Me puse a caminar de espaldas a mí misma
y de repente el mundo
se demoró en mis manos.
Siempre creí que avanzar se lograba
poniendo un pie delante de otro y luego volviendo a empezar,
pero, no sé por qué, siguiendo este procedimiento,
siempre acababa más lejos del punto al que me dirigía.
Avanzar hacia un hombre en línea recta
era la forma más segura de perderlo de vista;
correr hacia un objeto delicioso bastaba
para abrir un abismo proporcional a su atractivo.
Si quería tocar la nieve en la montaña
e iniciaba el ascenso con la vista en las cumbres,
me hallaba descendiendo un valle tibio y fértil
con tímidos arroyos de glaciares.
Y si me sumergía pensando atravesar
a nado cualquier río, desembocaba, inevitablemente,
en el lugar exacto de donde había partido.
Fue doloroso comprobar cuánto de cierto había
en las palabras del sabio Zenón,
éstas no eran para mí ninguna paradoja
sino una evidencia que debía asumir:
nunca saldría disparada
la flecha que apuntaba al blanco;
yo nunca lograría llegar de esta manera
donde ponía el ojo o el deseo.
Tampoco lo logré siguiendo
los consejos de un célebre filósofo versado en matemáticas:
ni describiendo una elíptica breve,
ni caminando en zig-zags o en círculo
dejaban de escaparse las cosas que anhelaba,
vaciarse los lugares y los escaparates
o borrarse del mapa de mi mano
los posibles amantes o destinos.
Debí desesperarme. Debí perder las esperanzas.
Y supe que era bueno.
Probé a mirar de soslayo las cosas y a los seres que amaba,
a asomarme a su mundo sin ninguna intención.
Me puse a caminar de espaldas a mí misma
y de repente el mundo
se demoró en mis manos.
- Chantal Maillard-
-Conjuros-
4 comentarios:
Me encantó el texto Loli. Muchos besos de domingo preciosa.
Carmen
Son cosas que pasan a veces, y me alegro que te haya gustado.
Besos, ¡ya casi de lunes!
Preciosas palabras y como siempre muy sabiamente escogidas. Besos
Gracias Chati, por tu visita y por tus siempre amables palabras.
Muchos besitos
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