Esta mañana iba leyendo en el tren el libro de la imagen y me ocurrió como con otro de su tocayo Eduardo Mendoza. En uno de sus hilarantes capítulos me dio un irremediable ataque de risa, que mientras más intentaba contener con más ganas salía. En aquella ocasión también iba en el tren, y cuando alguien se sentaba a mi lado, no tardaba más de tres segundos en cambiar disimuladamente de asiento.
Con Punset no es tanto lo que dice sino la forma que tiene de decirlo. El título es ya de por sí explicativo “Hablando la gente se confunde”. Expone un recorrido científico acerca del desarrollo del lenguaje en los seres humanos, a propósito de su utilidad para entenderse o más bien todo lo contrario.
Al parecer, las bacterias, que no se comunican como nosotros de forma verbal, emiten unas sustancias químicas con las cuales entienden que es hora de atacar un organismo o hacer algún movimiento en conjunto. Nada de criticar al capitán del ejército: “¡Es que no son horas de un ataque!”. “¡Con lo bien que estábamos viendo el fútbol!”. “Y encima para lo que nos pagan…”
Nada de eso, entre ellas siempre hay consenso, gracias a una proteína que segregan. Y por si fuera poco, además, también saben, (sin decirse ni mu) cuando la actuación que van a llevar a cabo tendrá éxito o no, de esta forma evitan ataques innecesarios. Textualmente dice: “No hablan en balde como los homínidos y su lenguaje puede ser específico o por grupos de bacterias relacionadas entre sí. Ningún problema de representación directa o indirecta”.
Por contra, al analizar la forma de comunicarse propia del ser humano encontramos que el lenguaje puede servir para entendernos, pero sobre todo está diseñado para confundirnos. Es difícil encontrar un atributo humano más sobrevalorado que el lenguaje hablado. (…) En la vida moderna se utiliza el lenguaje sin miramientos, por el caudal social que le vió nacer. Suele ser un lenguaje grosero, lleno de improperios para no colaborar, sin referencia al tacto, al respeto del protocolo, a los vínculos contraídos, a la confianza mutua. (…) se sabe también que hasta un 30% del tiempo de nuestros antecesores los chimpancés (comunicándose) servía para dar curso al cotilleo que acompañaba la acción solidaria y social de sacarse las pulgas unos a otros, la ocasión pintada para intercambiar información social.
Los humanos hoy en día usamos la mayor parte de nuestras conversaciones para…exactamente lo mismo. No hay pulgas que quitar pero cualquier suceso justifica un buen chismorreo. (¿O es que nunca habéis ido a la peluquería?)
No hablamos claro, o lo hacemos con códigos de lenguaje subjetivos que solo entendemos nosotros, por no mencionar las veces que no somos capaces de decir algo abiertamente y damos un enorme rodeo mareando la perdiz, desorientando a nuestro interlocutor y creando todo tipo de malentendidos.
Menciona a Unamuno que decía que cuando dos personas se encuentran, en realidad hay seis personas distintas: Una es como uno cree que es, otra como el otro lo ve y otra como realmente es. De forma que una cosa es lo que uno dice, otra lo que el otro entiende que ha dicho, y otra lo que realmente quiso decir.
Demasiado familiar, por desgracia.
Y por si fuera poco, además, si dedicamos un momento a descubrir las formas de comunicación que no cumplen con la hermosa labor de transmitir una información o aclarar un suceso, encontramos ejemplos a montones. Sin ir más lejos con las noticias, habladas o escritas, donde la mayor parte de las veces se dedican a “desinformar”; o el monólogo de besugo de los políticos, que usan formas menos inocentes de manipular y transformar la realidad para que encaje en su propio cuento.
Hay ámbitos sociales donde nadie se plantea recurrir al reparador, socorrido y saludable silencio, así que no tengo más remedio que rescatar el famoso proverbio árabe: “Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio…no lo digas”. O el castizo “En boca cerrada no entran moscas”.
Sé que ya es un poco tarde para esto, lo siento,…ya cierro mi boquita.
Al parecer, las bacterias, que no se comunican como nosotros de forma verbal, emiten unas sustancias químicas con las cuales entienden que es hora de atacar un organismo o hacer algún movimiento en conjunto. Nada de criticar al capitán del ejército: “¡Es que no son horas de un ataque!”. “¡Con lo bien que estábamos viendo el fútbol!”. “Y encima para lo que nos pagan…”
Nada de eso, entre ellas siempre hay consenso, gracias a una proteína que segregan. Y por si fuera poco, además, también saben, (sin decirse ni mu) cuando la actuación que van a llevar a cabo tendrá éxito o no, de esta forma evitan ataques innecesarios. Textualmente dice: “No hablan en balde como los homínidos y su lenguaje puede ser específico o por grupos de bacterias relacionadas entre sí. Ningún problema de representación directa o indirecta”.
Por contra, al analizar la forma de comunicarse propia del ser humano encontramos que el lenguaje puede servir para entendernos, pero sobre todo está diseñado para confundirnos. Es difícil encontrar un atributo humano más sobrevalorado que el lenguaje hablado. (…) En la vida moderna se utiliza el lenguaje sin miramientos, por el caudal social que le vió nacer. Suele ser un lenguaje grosero, lleno de improperios para no colaborar, sin referencia al tacto, al respeto del protocolo, a los vínculos contraídos, a la confianza mutua. (…) se sabe también que hasta un 30% del tiempo de nuestros antecesores los chimpancés (comunicándose) servía para dar curso al cotilleo que acompañaba la acción solidaria y social de sacarse las pulgas unos a otros, la ocasión pintada para intercambiar información social.
Los humanos hoy en día usamos la mayor parte de nuestras conversaciones para…exactamente lo mismo. No hay pulgas que quitar pero cualquier suceso justifica un buen chismorreo. (¿O es que nunca habéis ido a la peluquería?)
No hablamos claro, o lo hacemos con códigos de lenguaje subjetivos que solo entendemos nosotros, por no mencionar las veces que no somos capaces de decir algo abiertamente y damos un enorme rodeo mareando la perdiz, desorientando a nuestro interlocutor y creando todo tipo de malentendidos.
Menciona a Unamuno que decía que cuando dos personas se encuentran, en realidad hay seis personas distintas: Una es como uno cree que es, otra como el otro lo ve y otra como realmente es. De forma que una cosa es lo que uno dice, otra lo que el otro entiende que ha dicho, y otra lo que realmente quiso decir.
Demasiado familiar, por desgracia.
Y por si fuera poco, además, si dedicamos un momento a descubrir las formas de comunicación que no cumplen con la hermosa labor de transmitir una información o aclarar un suceso, encontramos ejemplos a montones. Sin ir más lejos con las noticias, habladas o escritas, donde la mayor parte de las veces se dedican a “desinformar”; o el monólogo de besugo de los políticos, que usan formas menos inocentes de manipular y transformar la realidad para que encaje en su propio cuento.
Hay ámbitos sociales donde nadie se plantea recurrir al reparador, socorrido y saludable silencio, así que no tengo más remedio que rescatar el famoso proverbio árabe: “Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio…no lo digas”. O el castizo “En boca cerrada no entran moscas”.
Sé que ya es un poco tarde para esto, lo siento,…ya cierro mi boquita.
4 comentarios:
Creo que si hay algo verdaderamente maduro es reconocer los propios errores de cada cuál, y cuando ésto se hace desde la ironía y el humor y somos capaces de verlo así, sin molestarnos, hemos conseguido algo bien importante. Eduardo Punset da siempre en el clavo, y eso le hace un buen espejo y un libro abierto del que aprender. Me gusta mucho, como me también me encanta que tú, nos lo presentes de esta forma tan directa y personal. Gracias Loli.
Besos.
Carmen
jejeje, primero las avispas ahora las bacterias, para que luego digan que somos los primeros en la escala evolutiva, en fin si pudieramos hablar menos y entendernos mas que facil serian las cosas. No te preocupes guapa, mejor que se cambie de asiento en el tren porque tu rias que porque no le gustes, a lo mejor se cambian para observarte mejor ;)
Gracias, Carmen!. Después de verlo en sus programas y leer sus libros, por fin he descubierto qué quiero ser de mayor: Quiero ser como Punset!!!!!!!!!! Si tengo la mitad de vitalidad, energía, inteligencia y carisma como él, ya me conformo.
Si, María, somos muy presuntuosos para tener tantos fallos. Opino como tú, que tenemos que ir afinando en entendimiento y comprensión.
La verdad es que lo del tren fue divertido, aunque al principio no me daba cuenta de que se iban alejando por si acaso estaba zumbada, ja ja ja, cuando me dí cuenta, otro ataque de risa!!!...
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